VUELOS ESPACIALES TRIPULADOS.                  Capítulo 7º      Subcap. 17

<> ¿POR QUÉ EL HOMBRE EN EL ESPACIO?



    El hombre ha llegado al espacio con sus ingenios casi por una cuestión de prestigio para las potencias nacionales, los pueblos con el poder acumulado de la época. Pero aun cuando la razón de prestigio no hubiera existido, la arribada humana al cosmos se habría producido igualmente más tarde o más temprano en la inteligencia del uso o aprovechamiento que la posición espacial nos da.
    Cuando se lanza a una región del espacio o planeta un ingenio científico de exploración, éste no es más que la embajada, la prolongación o el tentáculo que va a informarse sobre el terreno de las características imprescindibles a conocer para la posterior y más segura llegada del hombre, el cual podrá luego realizar completas y directas investigaciones de aquel lugar, con vistas a su total conocimiento, dominio y aprovechamiento.
    Los satélites artificiales y las sondas automáticas han precedido al ser humano necesariamente para asegurar al viajero con unos datos básicos acerca del lugar a visitar. Luego de los disparos de los primeros satélites artificiales, enseguida se pasó a enviar animales al espacio con lo que ya se dejaron ver las posibilidades reales del hombre en aquel medio pero además muchas veces son un fin por si solas pues pensemos que los satélites de comunicaciones, los meteorológicos, etc., son por si mismos un medio tecnológico del que se sirve el hombre.
    Todas las sondas lunares y planetarias no son más que los ingenios comprobadores de lo que el hombre precisa saber del lugar como base de su posterior llegada con una garantía de éxito. En menos palabras, se precisa de una serie de experiencias y conocimientos básicos antes de emprender el viaje que puede tardar, como así es de hecho, años, décadas, e incluso más si pensamos en planetas exteriores. En otras ocasiones, la exploración será, por lo inhóspito del lugar, concluida por los propios ingenios no tripulados. La presencia humana es entonces muy cara para el propósito.
    Pero, ¿y por qué emprender el viaje el propio hombre? ¿Qué se nos ha perdido allá, si las sondas automáticas llegan perfectamente y son más baratas?, preguntarán muchos. Pues se nos ha perdido lo mismo que en el fondo del mar, que en los polos, o que en cualquier lugar no habitable, en condiciones corrientes, de la Tierra. Es, en definitiva, el afán exploratorio y de conocimiento del hombre, y más pragmáticamente, el afán de aprovechamiento y aplicación o uso de los conquistado al objeto de lograr mejores medios para vivir; medios que pueden ser, no se dude, tanto materiales como la satisfacción psíquica del conocimiento del mundo en que vivimos.
    Todo ello se puede realizar, aunque en menor escala, con los ingenios o sondas automáticas, que tienen un costo muchísimo menor que el de los vuelos tripulados. Sin embargo, el hombre necesita personarse directamente en el espacio por dos razones principales:
    1.‑Una de ellas son las mayores posibilidades de investigación puesto que el hombre es la máquina más perfecta capaz de reproducir técnicas mejor que un autómata, capaz de seleccionar objetivos y manejar herramientas sobre el terreno, haciendo reparaciones imposibles para máquinas automáticas. Una sonda automática que se posara en cualquier planeta siempre sería menos eficaz a la hora de elegir terreno para explorar, por ejemplo, que el ser humano que puede con entera libertad disponer su desplazamiento y habilidad con gran resolución. Del mismo modo, el mejor sistema de TV, por ejemplo, no puede competir con el ojo humano y su cerebro, en cuanto a apreciaciones globales in situ, ni el mejor brazo o mano mecánicas con el del hombre, en cuanto a la destreza y habilidad en las circunstancias del espacio, aunque cabe suponer que en parte pueden ser complementados o ayudados en determinadas situaciones con autómatas. Asimismo, las investigaciones automáticas son más cortas en alcance y limitadas que las realizadas in situ por el hombre. La inteligencia y la improvisación aun no son características de las máquinas. Las imágenes obtenidas por los satélites no pueden competir con el ojo humano en agudeza; los ángulos de observación permiten al hombre una ventaja ante entes tenues que pueden ser confundidos por medios automáticos (una leve nube de polvo, una bruma, etc.) o ante reflejos de luz.
    2.‑La segunda razón de la visita directa del hombre al cosmos es menos pragmática pero más poderosa: es la misma que ha movido desde siempre a la humanidad en el afán conocimiento, exploratorio y de expansión, la contemplación del gran espectáculo que es, que supone por excelencia, la visita a lo que, junto a la propia mente humana, es infinitamente inmenso y sobrecogedor, el cosmos. Si, también, el sueño más o menos romántico, la curiosidad de ver, sentir, lo que hay allá arriba con toda su carga de influjos lleva al hombre al viaje cósmico, como satisfacción espiritual, como búsqueda del conocimiento y de la expansión, o como se quiera llamar. Es un sentimiento que subyace en la mente humana colectiva, como impulso expansivo, por mucho que se apele a tantas razones. Aunque de ello no se den cuenta más que muchos de los propios astronautas al estar allí y algunos en la Tierra por su asombro contemplativo de los logros espaciales, la razón está en la propia mente humana como motor que hacer mover el progreso, como resultado del dominio de las fuerzas del medio en el que vivimos.
    Es pues el espacio para el hombre un medio y también un fin. No solo el sentido de saber que es el Universo sino también el callado impulso de ir más allá.
    El inconveniente del vuelo espacial humano es el elevado costo del mismo. Aunque con toda probabilidad la acción directa del hombre en las investigaciones realizadas en el espacio compense o justifique a largo plazo las sumas empleadas, no cabe duda que el volumen de las cifras impresiona hasta el punto hacer dudar a algunos que el fruto de esos viajes, en muchos casos, pueda ser algún día rentable. Está pues la frontera entre el automatismo y el viaje personal por el espacio en el límite equilibrado del esfuerzo económico, social y las condiciones del destino, y el objetivo o propósito de la misión. Ir a la órbita terrestre es factible y posible socioeconómicamente, pero un vuelo tripulado a Neptuno, por caso puesto, no renta en ningún sentido para los medios de que en esta época se dispone.
    De cualquier modo, el hombre ha visitado y visita el espacio y se puede afirmar que muy difícilmente se detendrá en su intención de investigación, exploración y conquista del Universo.

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    En los apartados siguientes se expondrá la actividad a desarrollar antes de iniciar el vuelo espacial tripulado por el hombre, que se resumen en el entrenamiento, para citar a continuación los caracteres generales del vuelo y sus circunstancias posibles.
    Finalmente se mencionan los programas tripulados ejecutados hasta el momento, con un relato más o menos corto de cada vuelo. Dichos programas se citan por orden de comienzo de los mismos, entendiéndose que empieza cada cual con el lanzamiento del primero de sus vuelos tripulados.
    Los citados programas, a excepción de algunos de los Apollo, comprenden en sus misiones vuelos orbitales alrededor de la Tierra. De los Apollo, algunos fueron vuelos lunares.
    Como sea que los costos de las naves y sus lanzamientos son muy elevados, como resultado de la cooperación internacional, se han incluido algunos programas dentro de los de los países que efectúan los lanzamientos; son los casos del Spacelab europeo, etc.

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Copyright © Eduardo Martínez González